Autor: Pablo
Tras dejar la habitación del hotel lista, bajé al café en el que había quedado con Carla. Era el segundo viernes de enero y ya era noche cerrada en Madrid a las 19:00. Me senté en una mesa apartada, pedí un capuchino y me dispuse a esperar a que ella apareciera por la puerta, sería fácil reconocerla con su nuevo peinado rubio y su pícara sonrisa.
Durante los últimos dos meses habíamos estado hablando, divagando sobre la vida, el crecimiento personal y nuestras experiencias con el spanking y yo, particularmente, me había imaginado ese encuentro de 100 formas distintas, pero en ninguna me había acercado a intuir los nervios y la excitación que estaba sintiendo en ese mismo momento. Excitación que Carla se había encargado de incrementar haciéndome esperar por más de 20 minutos sin ni siquiera avisar de su retraso. Cuando por fin apareció, llevaba un precioso vestido negro con enormes rosas estampadas, el contraste de rojo y negro era muy apropiado para aquella noche.
En cuanto la ví, me levanté y me acerqué ya que ella no veía bien donde estaba, la apartada mesa cumplía su función. Su mirada era tierna, se le notaba cansada, el cansancio acumulado de una larga semana de estudio, también cierto nerviosismo a la hora de saludar. La besé la mejilla, le acaricié la espalda mientras la abrazaba le señalé el camino a la mesa. No pude evitar bajar la mirada cuando se dirigía hacia nuestra mesa, el vestido resaltaba una hermosa figura y, sobre todo, un precioso trasero que movía con elegancia.
Carla se sentó y observó mi taza vacía, con picardía preguntó si llevaba mucho tiempo esperando a lo que elegantemente, pero con severa mirada le respondí que unos 20 minutos, ''desde la hora que fijamos'' añadí, a lo que respondió con un ''lo siento'' entre dientes y agachando la mirada. Pidió un té Chai y yo un segundo capuchino y comenzamos a hablar y nos pusimos al día sobre nuestra historia personal, como habíamos descubierto nuestra pasión por el spanking, cómo habíamos abierto nuestra vida al crecimiento personal, la gente que había pasado por nuestras vidas. Y el tema más importante, que ya habíamos hablado por whatsapp, la decisión que juntos habíamos tomado de que yo me conviertiera en su mentor para ayudarla a dar lo mejor de sí en dos facetas; su oposición y el estudio del inglés. Hoy sería su iniciación.
Cuando llevábamos más de dos horas y nuestras sillas eran las únicas que aún no estaban encima de las mesas, decidimos respetar el deseo de cerrar la cafetería y nos fuimos del lugar camino al hotel. Había 3 grados en la noche madrileña y cuando salimos del café, Carla se agarró de mi brazo buscando calor, me encantaba sentirla cerca de mí, la sensación de conexión que había experimentado con ella desde el primer día era difícil de explicar y, por fin, se materializaba en contacto físico.
Cuando entramos en la habitación, Carla rápidamente se pudo dar cuenta que estaba todo preparado; la silla donde la tumbaría en mis rodillas y, encima de la cama, un cepillo de madera y un cinturón de cuero. La verdad que había pensado en otra opción, que quizá me gustaría más, darle 5 ó 10 azotes de pie al entrar y mandarla al rincón mientras preparaba todo... Pero sabía que tendría tantas ganas de comenzar el castigo, que eso sería alargar la agonía innecesariamente y ya habría tiempo para tenerla en el rincón reflexionando.
Me senté en la silla, Carla se disponía a tumbarse boca abajo, pero la frené, con un dulce gesto la cogí de la muñeca y la acompañé a que se sentara en mi regazo. Le pregunté cual quería que fuera su palabra de seguridad y mientras le acariciaba la cabeza, le expliqué porqué iba a ser ese castigo, que ambos queríamos que se esforzara al máximo en el duro año que empezaba y que, si no lo hacía, se encontraría muchos días preparada para recibir un severo castigo. Por último, le di la instrucción básica en todos mis castigos; terminantemente prohibido cubrirse o sobarse el culo sin permiso. Aceptó la norma, la besé en la mejilla y con un rápido movimiento la levanté y la tumbé boca abajo en mis rodillas.
Comencé a azotarla sobre el vestido, alternando nalga y cada 5 ó 6 azotes, repitiendo 2 ó 3 sobre la misma nalga, con ritmo constante, azotes y azotes, sin parar durante un minuto a intensidad de calentamiento. Una pequeña pausa para acariciar, acomodar y continuar, esta vez con mucha mayor intensidad, azotes fuertes, uno en cada nalga durante 3 minutos más, para posteriormente pasar a golpear en el llamado ''sit-spot'', la parte de la nalga que se une con la pierna. Ahí me deleité alternando 5 ó 6 azotes seguidos en la misma nalga que se une, aprovechando que con el movimiento, el vestido se le había subido y estaba golpeando directamente sobre las medias. Tras unos 50 azotes, paré y le pregunté si estaba dispuesta a esforzarse de verdad este año, a atraer a su vida éxito gracias a su trabajo. La respuesta no me pareció muy convincente así que le ordené que se levantara y se bajara las medias y subiera la falda para volver a tumbarse en mis rodillas.
Tenía unas preciosas braguitas de color rosa, el culo aún no estaba muy marcado, se notaba que era una mujer experimentada porque su culo ya tenía buena resistencia. Así que tuve que esforzarme en los siguientes 5 minutos de azotes ininterrumpidos, 2-3 azotes en cada nalga y otros 2-3 en el ''sit-spot'' más algunos intercalados con las dos nalgas a la vez (una de las grandes ventajas de las manos grandes) Eso fueron 5 de los minutos más intensos de mi vida, tenía el corazón acelerado. No sólo por la intensidad del castigo, sino también por la belleza que tenía ante mis ojos. El precioso culo de Carla ya no se diferenciaba mucho de las braguitas, así que era el mejor momento para bajárselas.
Con suavidad se las coloqué alrededor de las rodillas, justo donde se habían quedado las medias, le acaricié el culo y las piernas unos segundos antes de continuar. Era posible que en la calle se estuviera cerca de los 0º, pero en esa habitación hacia un calor muy especial. Mi corazón estaba a punto de salirse y, al bajarle las bragas, comprobé que el culo no era lo único que desprendía calor de ella y me di cuenta que hacia un rato que yo también tenía una buena excitación, en ese momento me avergoncé al darme cuenta que Carla llevaba sintiéndolo en su cadera un buen rato.
Tras un ratito de caricias comenzaron de nuevo los azotes, la mano me quemaba tanto como su culo, pero era el último esfuerzo con ella, así que golpeé duramente otros 2 minutos con la mayor intensidad de la noche y a un ritmo muy alto. Tal fue así, que en un momento Carla trató de cubrirse, a lo que inmediatamente respondí sujetándole la mano y colocándosela a la espalda y soltando 5 buenos azotes en los muslos, ''Recuerda la normas jovencita, no me obligues a golpearte con el cepillo en los muslos!!!''. Mi tono dejaba claro que eso era algo que no toleraría. Muchas spankees no se dan cuenta, creen que protegerse puede aliviarlas, pero no saben que pueden provocar un daño, una lesión en uno de sus dedos que acabe arruinando el encuentro, algo que, obviamente, no iba a permitir.
Tras 5 minutos más de absolutamente severos azotes intercalados con suaves caricias en las piernas y trasero, le ordené que alargara el brazo y me acercara el cepillo de pelo que había sobre la cama lo cual obedeció sin rechistar. Aún no sé había vuelto a dejar caer los brazos al suelo cuando los cepillazos comenzaron a ritmo pausado, nalga a nalga, a veces 2 seguidos en la misma nalga. El cepillo dejaba un picor especial y se podía apreciar en como Carla movía el culo, intentando evitar el golpe y, por primera vez, se apreciaba como endurecía las nalgas antes de cada impacto. Se veía que picaba de verdad, intentó cubrirse un par de veces más, lo que siguió de sus correspondientes 5 cepillazos en cada muslo, lo que hizo que empezara a sollozar. Al final, tras casi 10 minutos de cepillazos, dándole una palmada le indiqué que se incorporara lo que hizo de inmediato llevándose ambas manos al trasero. ''¿Qué te dije de sobarte sin permiso?'' la regañé mientras volvía a tumbarla en mis rodillas de un tirón y le di unos 60 cepillazos más...
''Levántate y espero ahora sepas controlarte jovencita. Es más, quiero que te pongas ambas manos en la cabeza y te arrodilles ahí cara a la pared'', le dije indicando un rincón de la habitación ''El culo bien sacado y la nariz tocando la pared''.
Mientras Carla caminaba hacia el rincón pude observar las marcas moradas que el cepillo le había dejado, el culo debía picar horrores, pero aún así, ella caminaba con orgullo y balanceaba el trasero de forma tremendamente sensual. Cuando se arrodilló y sacó el culo como le ordené, se vislumbraba un foco de humedad entre sus piernas... Entre eso y el precioso trasero estaba a punto de explotar, así que me centré en la siguiente parte del castigo.
''Ahora quiero que tú y yo firmemos un compromiso. Quiero que, en los próximos cinco minutos, en esa posición, busques una frase corta, una idea que implique un gran compromiso contigo misma para dar lo mejor de ti durante este año. Una frase que se grabe en tu cerebro, y cada vez que la recuerdes, sea una auténtica inspiración y compromiso para no postergar y dar lo mejor de ti, ¿Entendido?''
''Sí, Señor'' Respondió, no habíamos fijado norma de protocolo de respeto, pero en el contexto del castigo, que la castigada me llame ''señor'', es una buena forma de demostrarme su respeto y afecto.
A los cinco minutos le pregunté si tenía la frase, a lo que me respondió que sí. Le indiqué que se levantara, me mirara a los ojos y me la dijera. Hasta entonces, no me había fijado en lo mucho que transmitían sus ojos. Cuando llegó a la cafetería los tenía cansados, pero ahora, parecían llenos de vida, un poco irritados por las lágrimas, pero veía en ellos una determinación que me convenció de que esa relación iba a dar pronto sus frutos.
''Me comprometo a dar lo mejor de mí para dejar de postergar el futuro que quiero''
''Genial Carla, me encanta. Ahora, para que la grabemos a fuego, quiero que te tumbes boca abajo sobre el borde de la cama. Pies en el suelo, brazos en la cama. Te daré 20 correazos y tras cada uno repetirás esa frase, ¿Entendido?''
''Sí...'' Carla pensaba que se había acabado, por lo que cuando se dio cuenta que aún quedaba el cinturón, se le olvidó responder con respeto. No pasa nada, pero me resultó gracioso ver la cara de niña enfadada que puso.
Se tumbó como le ordené y comencé a darle los correazos. El hecho de repetir la frase siempre es útil para saber, por el tono de la voz, si la intensidad de los azotes es la correcta. No quería que fueran muy severos, la veía que ya lloraba sin control, pero aún podía controlar la voz para repetir la frase claramente.
Cuando llevaba los primeros 10, me detuve y le acaricié un poco la espalda, me apoyé en la cama a su lado y le susurré al oído lo orgulloso que estaba de su frase y su actitud, la besé en la mejilla y continué el castigo. Los últimos 10 correazos fueron más fuertes, en un momento me imploró que la dejara sobarse el culo, pero no se lo permití, quedaban dos azotes y quería que mantuviera todo el picor hasta el final.
Cuando le di el último, me quedé 30 segundos admirando el culo de Carla, rojo por la parte alta y cerca de las piernas, unas tiras alargadas con un rojo más intenso producto del cinturón y los dos típicos morados que deja la madera en cada nalga. Era precioso, en esta ocasión, el lienzo era la obra de arte.
''Ahora ya puedes levantarte y sobarte el culo''
No dudó ni un segundo, empezó acariciando con mucho cuidado, se giraba para ver las marcas, se acariciaba alrededor de los morados suavemente y, cuando fue haciéndose al dolor, comenzó a sobarse con más ganas. Como spanker, el ver a la spankee sobándose el culo tras una buena azotaina, esa mezcla entre dolor, disfrute y alivio... Es de las cosas más excitantes del castigo.
Me acerqué, la abracé con todas mis fuerzas y la besé en la mejilla. Estaba muy orgulloso de como esa mujer había aceptado el castigo, pero más aún de la determinación mostrada por ella por coger su vida por las pelotas y romper con sus malos hábitos. Para eso estaría ahí, para apoyarla y reconducirla cuando fuera necesario pero, sobre todo, para creer en ella y compartir ese orgullo que me hacía sentir.
Tras un buen rato abrazados, le dije que se tumbara en la cama de nuevo, cogí una cremita que había metido en la nevera de la habitación cuando llegué, la saqué y se la extendí por el culo con un suave masaje. En cuanto Carla la sintió por primera vez, dio un pequeño salto y un gemidito, parecía que el contraste le gustó más de lo que esperaba. Se la froté por un buen rato, hasta que quedó completamente seco el trasero y de nuevo nos fundimos en un abrazo.
''Puedes sobarte el trasero todo lo que quieras ya'' le dije al oído mientras le daba un besito en la mejilla.
''Preferiría que me lo sobaras tú el resto de la noche''... respondió ella con su sonrisa pícara...
Fin